(De la rama pende amarillenta)
De la rama
pende amarillenta,
Los
delicados nervios guardan un estertor verdoso.
inclemente.
El pecíolo
obstinado resiste.
Abajo, las
piedras escarchadas abren sus fauces
y esperan a
que caiga
la última
hoja
del
otoño
¡NO!
Manos,
tus manos,
tus dos
manos
me tocan
insistentemente
a lo largo
del cuerpo.
Pies,
tus pies,
tus dos pies
se acercan
implacablemente
buscando mi
carne.
Puños,
tus puños,
tus dos
puños
dejan
amapolas violetas
en el hueco
de mi espalda.
Labios secos
donde murieron los besos.
Ojos ciegos
sin lágrima posible.
Desnuda,
despojada,
inerme,
sin reflejo
de convocar
la fuerza
del vientre ancestral
para alejar
tus manos,
tus pies,
tus puños …
… la
oscuridad …
Octubre
Grisea la
tarde en las ventanas.
Los árboles
van mudando el vestido.
Llovizna
sobre el asfalto
de este
octubre nuevo
atardecido
de ciudad
que me sale
al paso,
se me sube
por los ojos,
me besa en
la boca
y me inventa
un verso
donde la
piel y la magia se abrazan.
La lluvia se
adueña de las palabras
y promete
una tregua.
Las horas
vagan por las calles
pobladas de
andares y luces que despiertan.
Regresan
rumores de lluvias anteriores.
En la orilla
sur de la memoria
Es octubre
primavera y jacarandás azules,
Afectos
redimidos donde desagota la nostalgia,
Vivencia
primigenia que vuelve a su origen.
Me crecen
estrellas en el hueco de la mano
y octubre
otoñea entre lluvias y neblinas.
Anida el
último resplandor en los campanarios.
En ese
instante fugaz mi geografía
trasciende
los límites del mapa.
Amnistía
Quisiera
recogerme
en la siesta
perezosa de los sauces,
desenredar
hilos de luna
de las
piedras del arroyo,
inventar un
puente
desde la
orilla de mi infancia hasta mi memoria.
Me brota
mayo con la lluvia,
o tal vez
sea septiembre.
Sobrevuela
los senderos de lavanda
una
libélula.
Llega el
colibrí vespertino
a libar de
las rosas de tu jardín
y logro, en
sus alas,
amnistiar tu
recuerdo.
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