sábado, 28 de diciembre de 2013

La influencia del arándano en la literatura

Cuando era pequeña, mi padre viajaba con mucha frecuencia a la capital y en cada viaje me traía un libro de regalo. Como esta situación se prolongó bastante tiempo, logré hacerme con una colección de lo que ahora se llama ‘literatura juvenil’ que fue muy popular en aquellos años. Los títulos incluían clásicos como Mujercitas que leí unas catorce veces, y bodrios como Chico Carlo de Juana de Ibarborou que creo sin temor a equivocarme, contiene la mayor cantidad de calamidades por página que le pueden ocurrir a un niño, excepción hecha posiblemente de Marco en Corazón, otro bodrio de cuidado.

La cuestión es que entre mis preferidas estaban, además de Mujercitas, El Ultimo Mohicano y el Juramento de Davy Crockett, esta última  es una novela de aventuras de un héroe americano en la época de la colonización del lejano oeste. De mas está decir que esto da una idea bastante clara de por dónde van los tiros con respecto a mis gustos literarios. Van por cualquier parte.

En una parte de la susodicha novela, la mujer de Davy Crockett prepara un pastel de arándanos y lo pone a enfriar en la ventana de la cabaña. La descripción del pastel era tan buena que a mí se me hacía agua la boca. Me imaginaba esa tarta dulce y esos arándanos jugosos y carnosos…  Cabe aclarar aquí que jamás en mi vida había visto un arándano ya que en mi pueblo no hay, así que mi enfebrecida imaginación infantil hizo una cruza entre albaricoque y melocotón y ahí tenía yo mis arándanos.

Se preguntarán porqué no miré en un diccionario, en una enciclopedia, Internet estaba fuera de la cuestión porque no existía. Yo que sé, quizás lo hice y la descripción no me aclaró lo suficiente. La cuestión es que con el paso de los años volví a encontrarme con los arándanos, metafóricamente hablando, claro, y descubrí que son un tema recurrente en la literatura.

Encontré un cuento infantil que se llama ‘Arándanos para sal’ que cuenta las andanzas de dos madres, una humana y otra una osa, que salen a buscar arándanos con sus respectivos retoños. No lo leí, ya estaba mayorcita para ese cuento, pero, por obvias razones, espero que las madres no se hayan cruzado nunca sino mas que cuento infantil, eso podría parecer una película estilo SAW, sobre todo si mamá osa se mosqueaba. También leí un par de poemas, uno sobre los arándanos con miel y hierbabuena que no hizo sino confirmar mi idea que los arándanos debían ser algo delicioso, y otro que me gustó menos Arándanos y anís, pero me parece que mas que la calidad del poema, fue la influencia del anís, que no me gusta nada. Pues bien, estos dos poemas fueron los primeros de una larga lista de obras de distinta procedencia y calidad literaria, cuyo eje central son los arándanos: Poemas desde la habitación de los arándanos, una antología de poemas de un grupo de escritores de New Hampshire (como pueden apreciar, no hay solamente políticos en New Hampshire), Poesía de las islas de los arándanos, escritos por un señor muy conocido en su casa a la hora de comer y dedicados a unas islas que están en Estados Unidos, concretamente en el estado de Maine, y donde evidentemente debe haber muchas plantas de arándano. ¡¡Vamos, que hasta Robert Frost, Christina Rosetti y la mismísima Gertrude Stein escribieron loas a los arándanos!!

Ante esta profusión arandánica, me decía yo cómo era posible que, si anda por ahí tanta crítica literaria, tanto ensayo sobre casi todo, desde los usos amorosos de la posguerra  hasta la estética y sus herejías o la importancia de la cirugía de Belén Esteban en la sociedad española del siglo XXI, a nadie se le había ocurrido escribir sobre la influencia del arándano en la literatura universal, bueno, al menos en la anglosajona. ¡Sería un éxito de ventas! Pues si nadie lo había pensado, ahí tenía yo una oportunidad de pasar a la historia de la literatura. Ya me veía firmando ejemplares en la Casa del Libro y mi nombre en el catálogo de Amazon.

Andaba yo compartiendo estas cavilaciones con mi amiga Nati que me miraba entre asombrada y divertida cuando nos plantaron delante sendos gin tonics de esos que están de moda ahora, con cosas dentro que le dan color a la ginebra y hasta le modifican el sabor, el colmo de lo chic, que así somos nosotras. En nuestro caso había unas buenas frambuesas que ella confundió con fresas, y unas cosas pequeñas y azules.
- ¿Y esto? - pregunté.
- Arándanos – me contestó Nati muerta de risa.
- ¡No puede ser! Los arándanos son como melocotones. 
- ¿De dónde sacaste eso? – me preguntó Nati entre carcajadas
- ¿Me vas a decir que esas mierdecillas azules son arándanos?
- Si no quieres no te lo digo, pero son arándanos.


No sé si ustedes recordarán cómo se sintieron cuando se enteraron que los Reyes Magos son los padres, que el Ratón Pérez no existe o que ese Santa Claus que aparecía todas las Navidades era el tío José, pero les puedo asegurar que nada, nada puede compararse a la desilusión, a ese vacío existencial, a esa sensación de que algo o alguien ha traicionado tu buena fe, que ya nada volverá a ser igual, un antes y un después en tu devenir vital, al comprobar que tus arándanos dulces, jugosos, orgásmicos casi eran realmente nada mas que pelotitas azules como cagaditas de conejo alienígena. 


2 comentarios:

  1. A mí los frutos del bosque, en general, me abren universos gustativos inabarcables. Y ¿para qué nos vamos a engañar? Más allá de los que puedan caber en un yogur con bífidus, no es que haya visto ni probado muchos más.
    Me he divertido mucho leyéndolo Annie.

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  2. Gracias, Paula. Yo me divertí mucho escribiendo esta que es totalmente autobiográfico.

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