El tipo aquel me
decía muy serio que era agente del CESID, que terminara de comer rápido y que
le siguiera. ¡Pero ya!. Yo estaba acabando el segundo plato en aquel barucho.
Lo que había recaudado el día antes no me daba más que para un menú de baja
estopa. ¡Que se dé prisa le digo!. Bueno, bueno, voy un momento a mear. Me
levanté y nuestras miradas quedaron crucificadas en hielo. Otro lío, otra vez
que me equivocan con algún terrorista. Entré rápido en una pequeña bodega aneja
a la barra, cogí el gabán, la guitarra y el waffle y me piré. Pillé un taxi y
le dije al conductor: ¡no pare hasta Santiago!. Entré en otra tasca y allí.,
sentada, una mujer joven y morena no paraba de mirarme mientras sorbía un café
solo. Salí y fue tras de mí. Me paró agarrándome por detrás. ¿Qué quiere?.
¡Bésame!, me susurró. Pero si no la conozco. Y eso qué, dijo. Y me besó
suavemente en los labios. Yo inerte. Y se fue a paso ligero. Al cruzar la calle
un taxi frenó en seco y el silbido que produjo me dejó atolondrado: ¡es él!,
gritó alguien detrás de mí. Instintivamente salí corriendo y me refugié en un
portalón cercano. Sentí las pisadas a todo correr afuera. Al salir de mi
escondrijo una fina lluvia comenzaba a humedecerlo todo. El chaparrón posterior
dejó las calles vacías mientras se fue haciendo de noche. A unos metros divisé
las letras CH (Casa de Huéspedes). ¿Una habitación, por favor?. En un pequeño
casset puse a Charlie Parker. Después me dormí escuchando a Django Reinhardt. A
la mañana siguiente me vestí de negro como siempre, cogí la guitarra y salí a
tocar a la plaza. Había que sacar para comer.
(Toño Blázquez
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