domingo, 23 de agosto de 2015

ASESINATO EN LA CUEVA DE SALAMANCA de LUIS GUTIÉRREZ BARRIO

Aquí el texto de la dramatización escrita por Luis gutiérrez Barrio para el Aquelarre Literario del 20 de julio. 


            LUIS.- ¡Godo! Deja de husmear, ¿Qué buscas? Ahí no hay más que basura. Estos saltimbanquis se marchan y dejan todo a medio recoger. Más de quince días hace que se fueron y aun está ahí esa tinaja. - ¡Godo, te digo que la dejes, vamos!

            CARLOS.- El perro estaba inquieto, nervioso, saltó sobre la tinaja y esta rodó por la escalera de granito por la que se accede al patio interior. En el chocar constante con los peldaños, la tinaja se rompió en mil pedazos, dejando a la vista, lo que parecía el cuerpo de una persona.

            LUIS.- ¡Dios mío!

            CARLOS.- Exclamó el hombre con un grito que apenas acertó a salir de su garganta.
Las manos le temblaban de tal manera que a duras penas acertó a marcar el 091.

            CARLOS.- El forense dice que debe llevar muerto un par de semanas. Les hemos llamado para que lo identifiquen, porque la tinaja es de ustedes ¿no?

            TOÑO.- No, nosotros la utilizamos para nuestro espectáculo, sobre el Marques de Villena y la Cueva de Salamanca, pero no es nuestra.

            CARLOS.- Los dos representantes de la compañía, un hombre y una mujer, se acercaron hasta el cadáver

             ANNIE.- Sí, es él.

            CARLOS.- Exclamó la mujer a la vez que rompía el silencio de la morgue con un sonoro sollozo.
            El hombre, sin decir nada, asintió intentando simular sorpresa

            ANNIE.- ¿Cómo ha sido?

            LUIS.- El forense dice que fue envenenado.

            ANNIE.- ¡Envenenado! (Increpando al hombre) Ya te decía yo que él era incapaz de huir, y mucho menos llevándose nuestro dinero. Si le hubieras conocido como yo, no pensarías eso de él.

            TOÑO.- (Entre iracundo y cínico) ¡Sí, ya sé que le conocías muy bien! Demasiado bien.

            ANNIE.- ¿Qué insinúas?

            TOÑO.- Ya sabes a que me refiero.

            ANNIE.- No sabes lo que dices... ¿No me dirás que sentías celos?

            TOÑO.- Sí, claro que sí. Muchos fueron los motivos que me disteis para que los sintiera.

            ANNIE.- ¿Pero no te dabas cuenta de que si conmigo era cariñoso, lo era aún más contigo?

            TOÑO.- Claro que me daba cuenta, y me repugnaba, pues conocía sus intenciones.
            ANNIE.- ¿Sus intenciones? ¡Que sabrás tú de sus intenciones!

            TOÑO.- ¿A caso crees que no os he visto más de una vez, hablando a solas, a escondidas, ocultando vuestra conversación? La última vez fue la tarde de nuestra representación en la Cueva.

            ANNIE.- ¿Y qué oíste?

            TOÑO.- No me hizo falta oír nada, sólo con veros fue suficiente.

            ANNIE.- ¡¿Suficiente para qué?!

            TOÑO.- Para nada, son cosas mías

             ANNIE.- ¿Cosas tuyas? Me parece que es algo más que cosas tuyas

            TOÑO.- ¡Déjame en paz te digo!

            ANNIE.- No, no he dejarte en paz, hasta que me digas qué es eso de cosas tuyas.

            TOÑO.- ¡Te digo que me dejes!

            ANNIE.- ¡Ah! me estoy temiendo…

            TOÑO.- ¡Cállate de una vez!

            ANNIE.- (Entre sollozos) No sé si creer a mi corazón que algo horrible me anuncia, dios quiera que me equivoque. Él me hizo prometer que nunca te diría…ahora nada importa.

            TOÑO.- ¡¿De qué estás hablando?!

            ANNIE.- Hace tiempo, al poco de incorporarse a la compañía, le sorprendí llorando. Tenía en sus manos, unas cartas y unas fotografías de un niño y una mujer. Me hizo jurar que nunca te lo diría.

            TOÑO.- ¡¿Qué nunca me dirías qué?!

            ANNIE.- Que aquellas cartas eran de tu madre y las fotografías… las fotografías eran tuyas. Todas las noches leía las cartas y miraba las fotografías, mientras unas lágrimas asomaban a sus ojos.

            TOÑO.- ¡¿No querrás decir que este hombre era…?!

            ANNIE.- Así es, y esa tarde que me viste con él, me dijo que quería hablar contigo, que había quedado para verte en la Cueva, después de la representación. Quería contártelo todo y entregarte sus ahorros para que pudiéramos hacer frente a los gastos que desde hace tiempo nos agobian.

            CARLOS.- El hombre cayó de rodillas a los pies del cadáver, rompió en amargos sollozos, mientras repetía una y otra vez:

            TOÑO.- ¡Dios mío que he hecho!       




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