Annie Altamirano escribe poesía, relato, reflexiones de poste y azotea. Aquí alguno de sus textos.
Hoy es un día violeta, de un sol que amenaza
con lluvia, de veredas repletas de gente que apenas se mira. Así son estos días
violetas, en que quiero escribir un cuento y el lápiz se me escapa de las
manos. Tengo ganas de tomar chocolate con churros, voy a la mesa y me encuentro
con una taza de té.
Pero no me enfado porque los días violetas no son para
enfadarse.
También hay días azules, como cuando el cielo
es un espejo y los cuentos me salen fácil y los leen hasta los marcianos. O
rojos, como cuando todo parece estar a punto de suceder. Pero hoy no es rojo ni
azul, es violeta.
Por mucho que quiera no puedo volverlo
amarillo. Un día amarillo de esos en que los ojos se te quedan atrapados en el
vidrio de la ventana de la cocina y los recuerdos se abren como un álbum de
fotos. En esos días amarillos, estás adentro de casa porque llueve. Esos días
se confunden con los grises sólo porque cuando llueve el cielo se pone gris.
Sin embargo los días grises son distintos. En
ellos puede haber sol y los árboles pueden estar florecidos, porque es la mirada de uno la que
tiene nubes y entonces por cualquier cosa lloras o se te hace un nudo en la
garganta porque sí, porque uno quisiera que fuera un día azul y las nubes de la
mirada lo nublan todo.
A mí me gustan los días verdes, como la melena
de los sauces en primavera, como el campo a lomos de un pájaro. Son días en los
que hasta los edificios parecen construidos de hierba.
Cuando el día es verde, te das cuenta al
amanecer porque en vez de quedarte en la cama, sientes cosquillas en las
piernas y puedes llegar a cualquier parte aunque quede muy lejos. Y entonces es
posible hacer los deberes con música de fondo,
o jugar con los amigos que ese día están más divertidos que nunca
porque
ellos también se despertaron con un día verde.
A mí me gustan los días verdes porque me
siento a leer debajo de un árbol y de repente Aragorn, Harry Potter, el Cid y
hasta la tonta de Heidi, se vienen de picnic conmigo y el conejo de Alicia nos
sirve el té en una mesa de barquillo con mantel de lunares de fresa. Me gustan
esos días porque tienen algo de azul aunque no lo sean,
porque los días azules
son como postales para mirar y los verdes son para pisar.
También hay días lisos en los que no pasa
nada, días a cuadros donde todo me sorprende, con horas anaranjadas bañadas en
chocolate.
Cuando llegan esas horas, me pongo a amasar pan y pongo la mesa en
el patio debajo de las glicinas.
También hay tardes remolonas con perfume a
jazmín a la hora de la siesta para enamorarse, para entrelazar los dedos y
dejarse llevar por el asombro
de que no es un sueño estar juntos.
Mañana quizá sea rojo, dorado o transparente,
quizás me encuentre con horas de menta y mañanas con olor a tilos en flor.
Pero
hoy no. Hoy es un día violeta.
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